La exploración polar es la forma más radical y al mismo tiempo más solitaria de pasarlo mal que se ha concebido. No existe ningún otro tipo de aventura en que uno se ponga la ropa el 29 de septiembre, fiesta de San Miguel, la lleve hasta Navidad y, dejando aparte una capa de grasa natural, la encuentre tan limpia como si estuviera nueva.
la necesidad no está regida por ley alguna
Scott pudiera afirmar: «Hemos corrido riesgos; sabíamos que los corríamos. Las cosas se nos han puesto en contra, y por lo tanto no tenemos motivo para quejarnos […].»
Scott escribió en su diario unas frases memorables: No creo que existan experiencias que revelen el carácter de las personas como las que vivimos en estas expediciones. Aquí uno asiste a una notable reordenación de valores. En condiciones normales, resulta sumamente fácil imponer un argumento con un poco de vehemencia: la arrogancia es una máscara que encubre muchas debilidades. Por norma no tenemos ni el tiempo ni las ganas de mirar detrás de ella, de modo que comúnmente aceptamos a las personas por la valoración que dan de sí mismas. Aquí las apariencias no son nada; lo que cuenta es el propósito que uno tenga en el fondo. De ese modo los «dioses» pierden fuerza y los humildes ocupan su lugar. Fingir no sirve de nada.
La Antártida, donde apenas pasó dos años y medio de su juventud, fue el punto culminante de su experiencia vital; los largos años restantes constituirían una decepción. Todas las actividades que captaron posteriormente su interés tendrían una importancia secundaria con respecto a lo que en el fondo le interesaba: sus memorias.
El peor viaje del mundo, que terminó en 1922. Seguir leyendo →