Impacto cultural de las distopías
Convertida en hegemónica, la oleada distópica lo ha inundado todo, sin apenas excepciones. Resulta casi imposible encontrar una novela o una serie que imagine un futuro utópico o simplemente mejor que el presente.
Las distopías reflejan nuestras ansiedades colectivas en el marco cultural de la posmodernidad. A diferencia de lo que sucedía en la modernidad, ya no creemos que el futuro esté ligado al progreso y vaya a ser necesariamente mejor. Se ha convertido en algo que nos produce miedo y ansiedad, así que creamos productos culturales que tratan de aler tar sobre los riesgos de ir a peor, sobre los peligros que nos esperan a la vuelta de la esquina. Es lógico, pero el efecto combinado ha sido devastador. Los productos culturales reflejan la realidad, pero al hacerlo, también la crean. Imaginar futuros peores nos ha quitado la capacidad de pensar en un por venir mejor. Cuando leemos una novela utópica de otra época, nos parece ingenua e infantil y los po cos autores que se han atrevido a imaginar futuros diferentes a lo que dictaba la visión hegemónica, como Ursula K. Le Guin o Kim Stanley Robinson, han tenido que introducir elementos que rebajasen el contenido utópico para ganar verosimilitud.
Esto ha resultado enormemente funcional para el neoliberalismo capitalista, que ha utilizado la producción cultural de distopías a su favor, para mantener el orden actual y evitar los cambios. Si solo imaginamos un futuro peor, el presente nos parecerá admisible y no lucharemos para cambiar las cosas. La ansiedad colectiva se ha convertido en parálisis, en inmovilismo. No solo son las utopías literarias o cinematográficas las que nos parecen inverosímiles, también las políticas. Parece difícil creer en la revolución, pero también incluso en cambios mucho más pequeños.
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