Mohamed Mbougar Sarr: La más recóndita memoria de los hombres

Y un día la Obra muere, como mueren todas las cosas, como se extinguirá el Sol y la Tierra, el Sistema Solar y la Galaxia y la más recóndita memoria de los hombres. ROBERTO BOLAÑO, Los detectives salvajes

Podría traer aquí a colación la paradoja de toda tentativa de conocimiento: cuanto más destapamos un fragmento del mundo, más conscientes somos de la inmensidad de lo desconocido y de nuestra ignorancia; pero esta ecuación solo traduciría incompletamente cómo me siento ante este hombre. Su caso exige una fórmula más radical, es decir: más pesimista en lo que a la posibilidad misma de conocer un alma humana se refiere. La suya se parece a una estrella eclipsada; magnetiza y engulle todo lo que se le acerca.

Elimane se hundió en su Noche. La sencillez de su adiós al sol me fascina. La asunción de su sombra me fascina. El misterio de su destino me obsesiona. No sé por qué se calló cuando tenía aún tanto que decir. Sufro, principalmente, por no poder imitarlo. Toparse con un silencioso, un silencioso auténtico, pone siempre en entredicho el sentido –la necesidad– de la propia palabra,

ni siquiera malditos sino simplemente olvidados, y

un hápax, o hápax legómenon es una palabra que ha aparecido registrada solamente una vez en un corpus, ya sea un idioma dado, un autor u obra específica. Hápax legómenon o Hápax Eirémeron es una transliteración del griego άπάξ λεγόμενον [(άπάξ (adv. m.) “una sola vez” y τό λεγόμενον, part. pres. pasivo de λέγειν “decir”).: “lo que se dice”, “lo dicho”]

amargado!, ¡decepcionado!, ¡marginado!, ¡fracasado! Sí, es posible, decía yo. La infatigable tercera del plural insistía: ¡igual acabas suicidándote!

del embalsamamiento pestilente de los clichés y de las frases exangües,

in extremis y salí, menos movido por la valentía que por el oscuro deseo de sufrir un completo descalabro.

–Apuesto a que eres escritor. O aprendiz de escritor. No te sorprendas: he aprendido a reconocer a los de tu especie al primer vistazo. Miran las cosas como si detrás de cada una de ellas hubiese un profundo secreto. Ven un sexo de mujer y lo contemplan como si encerrase la clave de su misterio. Estetizan. Pero un coño no es más que un coño. No vale la pena babear vuestro lirismo o vuestra mística con los ojos anegados. No se puede vivir el instante y escribirlo al mismo tiempo. –Por supuesto que sí. Se puede. Eso es vivir como escritor. Hacer de todo momento de la vida un momento de escritura. Verlo todo con los ojos de un escritor y… –Ahí está tu error. Ahí está el error de todos los tipos como tú. Os creéis que la literatura corrige la vida. O que la completa. O que la reemplaza. Es falso.

–Apuesto a que eres escritor. O aprendiz de escritor. No te sorprendas: he aprendido a reconocer a los de tu especie al primer vistazo. Miran las cosas como si detrás de cada una de ellas hubiese un profundo secreto. Ven un sexo de mujer y lo contemplan como si encerrase la clave de su misterio. Estetizan. Pero un coño no es más que un coño. No vale la pena babear vuestro lirismo o vuestra mística con los ojos anegados. No se puede vivir el instante y escribirlo al mismo tiempo. –Por supuesto que sí. Se puede. Eso es vivir como escritor. Hacer de todo momento de la vida un momento de escritura. Verlo todo con los ojos de un escritor y… –Ahí está tu error. Ahí está el error de todos los tipos como tú. Os creéis que la literatura corrige la vida. O que la completa. O que la reemplaza. Es falso. Los escritores, y he conocido a muchos, siempre han sido los amantes más mediocres con los que me he topado. ¿Sabes por qué? Cuando hacen el amor, piensan ya en la escena en la que se convertirá esa experiencia.

–Apuesto a que eres escritor. O aprendiz de escritor. No te sorprendas: he aprendido a reconocer a los de tu especie al primer vistazo. Miran las cosas como si detrás de cada una de ellas hubiese un profundo secreto. Ven un sexo de mujer y lo contemplan como si encerrase la clave de su misterio. Estetizan. Pero un coño no es más que un coño. No vale la pena babear vuestro lirismo o vuestra mística con los ojos anegados. No se puede vivir el instante y escribirlo al mismo tiempo. –Por supuesto que sí. Se puede. Eso es vivir como escritor. Hacer de todo momento de la vida un momento de escritura. Verlo todo con los ojos de un escritor y… –Ahí está tu error. Ahí está el error de todos los tipos como tú. Os creéis que la literatura corrige la vida. O que la completa. O que la reemplaza. Es falso. Los escritores, y he conocido a muchos, siempre han sido los amantes más mediocres con los que me he topado. ¿Sabes por qué? Cuando hacen el amor, piensan ya en la escena en la que se convertirá esa experiencia. Cada una de sus caricias está echada a perder por lo que su imaginación hace o hará de ellas, cada una de sus embestidas, debilitada por una frase. Mientras les hablo haciendo el amor, casi oigo sus «murmura ella». Viven en capítulos. Una

los escritores como tú acaban atrapados en sus ficciones. Sois narradores permanentes. Lo que cuenta es la vida. La obra solo viene después. Una y otra no se confunden. Nunca.

La vida tomó direcciones inesperadas, he perdido el hilo en las arenas del tiempo y nunca he tenido el valor de salir a buscarlo.

Las grandes obras empobrecen y siempre deben empobrecer. Nos quitan lo superfluo. De su lectura, uno siempre sale despojado: enriquecido, pero enriquecido por sustracción.

la mirada triste de la Araña Madre al dármelo. Vuelvo a escuchar sus palabras: Te envidio, pero también te compadezco. Te envidio significa: vas a bajar una escalera cuyos escalones se hunden en las regiones más profundas de tu humanidad. Te compadezco significa: cerca del secreto, la escalera se perderá en la sombra y estarás solo, privado del deseo de subir de nuevo porque se te habrá mostrado la vanidad de la superficie, e incapaz de bajar porque la noche habrá sepultado los escalones que conducen a la revelación. Volví a cerrar el libro, luego empecé a alimentarte, Diario.

por encima de todo, lo que me había atado a él era la misma fe desesperada que poníamos en la entelequia de la vida que encarnaba para nosotros la literatura. No pensábamos que salvaría el mundo; pensábamos, en cambio, que era la única manera de no salvarse.

Quise contarle la historia, la parte insignificante que sabía yo, por lo menos. Pero de pronto comprendí que la historia no me dejaría: formaba un relato caníbal cuyos dientes me carcomían por dentro. Es una historia que es a un tiempo imposible de contar, de olvidar y de callar. Pero ¿qué hacer con lo que no es ni olvidable ni contable ni reductible al silencio?

Hasta el deseo de la nada puede ser una vanidad…

las celebraciones en masa, los grandes fervores jaculatorios acaban muy a menudo por sepultarme bajo una melancolía sin salida. Apenas entraba en la embriaguez o el júbilo, ya me estallaba su reverso miserable en las narices. De manera que nunca me recreaba tanto tiempo como para pasar por alto la tristeza de las cosas:

Un poco injustamente, y porque eran objetivos evidentes y fáciles, pusimos a parir a nuestros mayores, los autores africanos de generaciones anteriores:

los acusamos de haberse dejado encerrar por la mirada de los demás,

contentándose con producir copias planas de la realidad que no le exigían ningún esfuerzo exhaustivo a la abstracción omnipotente y tiránica que llamaban «Lector»; y la masa de lectores, que buscaba en los libros un placer fácil, divertido, repleto de emociones simples moldeadas en frases simplificadas

perderán o renunciarán por el camino. Tal

perderán o renunciarán por el camino. Tal vez la constatación silenciosa de que somos africanos un poco perdidos e infelices en Europa, aun cuando parezca que estamos como en casa.

Tal vez la constatación silenciosa de que somos africanos un poco perdidos e infelices en Europa, aun cuando parezca que estamos como en casa.

que nada habrá cambiado y que podré ponerme al día.

Nada más quimérico: el mundo antaño amado no firmó ningún pacto de fidelidad. En cuanto me ausenté, se alejó por el túnel del tiempo. Observo su ruina: lo que me entristece en instantes como este no es que ese mundo haya sido destruido: ese mundo estaba vivo, es decir, era mortal; lo que me apena es que haya sido destruido tan fácilmente cuando yo pensaba haberle proporcionado recursos para aguantar.

Ah, la universalidad… Una ilusión mantenida por quienes la ostentan como una medalla. Se la ponen al cuello de quien les da la gana. Si te la ponen a ti, es para hacerte suyo. Si no te la ponen, reclamarla llorando no cambiará nada. Lo único universal es el infierno.

vi que me iba a enamorar y rogué que la caída durase eternamente.

Me gustaba amarla, me gustaba amar, amare amabam, me gustaba amándola,

tenía razón: desde el pedestal de mis discursos sobre lo que era o debía ser la literatura, me lanzaba en grandes vuelos de halcón por encima del mundo; pero no eran más que vuelos de desfile y no de combate, de entretenidas exhibiciones circasianas en lugar de luchas a muerte. Me resguardaba tras la literatura

De Zaire no tengo más que recuerdos tristes. Los malos, claro. Pero también los buenos. Me refiero a que nada entristece a un hombre como sus recuerdos, aun cuando sean felices.

Quieres. Pero, pensándolo bien, no quieres. Crees y dudas en la misma frase. ¡Una vida de tal vez!

como si lo que te interesara fuese ver cómo nos inflamamos. Pero ¿dónde está tu fuego? Estoy enfadada contigo porque atraviesas las cosas y la gente como los fantasmas atraviesan las paredes.

Para provocar el seísmo interior, hay que encontrar el defecto y trabajarlo.

Tal vez me enamoré de la idea que me hacía de ella. Pero ¿no es así como a menudo nos enamoramos de los demás?

le pedí matrimonio a Mossane. –No puedo, Ousseynou. Perdóname, pero no me puedo casar contigo. –Me has traicionado. ¿Y nuestra promesa? –La tuya. Esa promesa solo te la hiciste tú y a ti mismo.

¿Qué le habría dicho después de las palabras envenenadas que le había dirigido antes de que se marchara? ¿Me habría disculpado? Eso no habría borrado las palabras. Las palabras no remontan el curso del tiempo para evitar nacer.

Nos paramos. ¿Un incendio? ¿Un robo? No, un arresto, un vagabundo magnífico que parecía tan odiado y temido como idolatrado. Una mujer me pidió que me uniese a la multitud que iba a liberarlo. Respondí que mi camino no pasaba por aquella historia.

mbedd mi, mbeddu buur la. La calle es del rey y todo el mundo es rey en la calle.

oh, prometía y sabía prometer, y muchos le creyeron.

la violencia en que se había convertido la decepción de perderla.

Te juzgo. Sí, te juzgo porque te conozco. Te conozco mejor que tú, y desde siempre. Eres un hombre despreciable. Creo que en el fondo lo sabes. O igual es verdad que no lo sabes. Y, en ese caso, con toda sinceridad, te deseo que te enteres cuanto más tarde mejor, después de una larga vida. Porque ese día tal vez no tengas la capacidad que tienes hoy de soportarlo.

Un día me dijo: –Tokô Ousseynou, ¿quién es más digno de lástima: un ciego que no ha visto jamás, un ciego de nacimiento, o un ciego como tú, que se ha vuelto ciego después de haber visto? ¿Qué es peor: no haber visto nunca y desear ver, o haber visto? Reflexioné varios días sin poder decidirme. Entonces le pedí su opinión. –Creo que el más desgraciado es el que ha visto, Tokô Ousseynou. –¿Por qué? ¿Porque ha visto la belleza del mundo, porque echa de menos esa belleza o porque la añoranza es más dolorosa que el deseo? –No –me respondió–. Es más desgraciado porque vive en el recuerdo que tiene de la belleza del mundo. Pero no sabe que su recuerdo ya no existe, porque el mundo cambia. El mundo tiene una belleza para cada día. Pero el ciego que ha visto es desgraciado sobre todo porque el recuerdo le impide imaginar. Le dedica tanta energía a no olvidar que olvida que era capaz de reinventar lo que vio y de inventar lo que ya no verá. Y un hombre sin imaginación, ciego o no, siempre es desgraciado. Pero tú no eres así. Tú has visto, pero aún sabes imaginar cosas por ver.

Por la noche lo noté, muy en el fondo, invadido de una gran y hermosa tristeza, a menos que fuese la mía.

Pese a ser distintos, habían tenido el mismo destino, marcharse y no volver, además del mismo sueño: hacerse sabios en la cultura que dominó y masacró la suya.

de alegría, de enfermedad, de llanto, de excitación o de lo que le dé la gana, necesito que la tierra tenga escalofríos para vivir, de lo contrario me acecha la nada, cuando la tierra está inmóvil solo vibra mi cuerpo, y es la nada lo que me amenaza,

entonces viene y se sienta y nos callamos y pensamos cada cual en el pasado, en nuestras decisiones, en los numerosos «y si» que pueden ser una tortura,

es asombroso lo largo que puede ser caer, y aún más asombroso ver lo vivas que pueden estar las personas mientras caen,

las reglas de la masla, aquel pudor, aquella delicadeza redondeada según la cual las verdades difíciles, entre nosotros, no se dicen, sino que se insinúan y, a veces, se disimulan en nombre de la salud del honor público.

sociedad senegalesa

hablado sin tapujos, sin masla, no en el claroscuro,

Lo que le apesadumbró es que no lo viesen ustedes como escritor, sino como fenómeno mediático, como negro de excepción, como campo de batalla ideológico. En sus artículos apenas se hablaba del texto, de su escritura, de su creación.

pero que también era Igitur, el que descendió los escalones del espíritu humano, el que fue al fondo de las cosas,

el que se retiró a la noche.

Ni valor ni locura: para entrar en El laberinto de lo inhumano no hay que probar el incendio del infierno sino la sangre de los condenados.

¿Tú no? Un escritor que se considera incomprendido, mal leído, humillado, comentado desde un prisma para nada literario, reducido a una piel, un origen, una religión, una identidad, y que se pone a matar a los malos críticos de su libro por venganza: es pura comedia. ¿Acaso han cambiado las cosas en la actualidad? ¿Acaso hablamos de literatura, de valor estético, o hablamos de gente, de su bronceado, de su voz,
¿Acaso hablamos de escritura o de la identidad, del estilo o de las pantallas mediáticas que dispensan de tenerlo, de la creación literaria o del sensacionalismo de la personalidad?

la única patria que encontraba habitable ¿cuál es esta patria? Tú la conoces: evidentemente, es la patria de los libros: los libros leídos y amados, los libros leídos y despreciados, los libros que soñamos con escribir, los libros insignificantes que hemos olvidado y que ya no sabemos siquiera si llegamos a abrir alguna vez, los libros que fingimos haber leído,

O sea que sí: me importa un comino la realidad. Siempre es demasiado pobre comparada con la verdad.

¿Qué quería decir eso? Que timing is everything. ¿Pero qué más? Que la política no era a sus ojos más que la capitalización bien resuelta de las desesperaciones bien comprendidas.

Le había dicho que era conservadora por inquietud. Mi padre era revolucionario por remordimientos.

parecen decirnos: en nuestro lugar, no lo haríais mucho mejor. Decepcionaríais igual que decepcionamos nosotros.

El movimiento se atasca en una contestación sistemática y estéril. Es una militancia crítica, necesaria, valerosa. Aunque por desgracia estéril, en el fondo. No cambia nada. Nuestra acción mantiene el statu quo político, la ilusión de un enfrentamiento de ideas con el poder. Pero el statu quo siempre beneficia al poder. Hay que ir más lejos. Hay que hacer más.

Empleé el condicional, que considero el tiempo más cómodo de la lengua francesa cuando se trata de disfrazar de prudente sentido común el miedo, de fingir avanzar mientras se recula: –Podríamos vernos… –Podríamos. Pero es evidente que sería una mala idea. Acabará mal. Aquel futuro me daba una indicación de su ánimo. Me agazapé. –Acabará mal… Últimamente he oído mucho esa frase. –Eso es porque la mayoría de las cosas acaban mal. Y la mayoría de la gente lo sabe. –No saben nada. Es una desilusión sin profundidad, el pesimismo fácil que se hace pasar por lucidez, el cinismo resignado que se esconde bajo la sabiduría del fatalismo, el miedo a la vida disfrazado de filosofía de la inquietud. Solté mi baladronada, pero Aïda me conocía. Su respuesta echó a perder sin esfuerzo mi arrebato de soltura: –No has cambiado: sigues pensando mediante fórmulas. Fórmulas que ni tú mismo te crees. Eso es el auténtico miedo a la vida. Te llevará a la perdición. Pero yo te he avisado.

SMS de Aïda: Te echaba de menos, te lo confieso. Me he contenido para no escribirte durante todo este año. Para no quedar mal. Para no complicar las cosas. Pero las cosas se complican solas. Te sigo echando de menos. Todos mis sentidos te reclaman. Quieren seguir reconociéndote. Quieren que los sigas reconociendo. Sin embargo, sigo creyendo que volver a vernos es una mala idea. Sé que es contradictorio, pero es lo que hay. ¿Tú qué quieres?

¿Tan importante era descubrir los secretos de un individuo al que amamos? ¿No lo amamos precisamente por lo que alimenta nuestra curiosidad? Lo que nos une a este ¿no es más importante que lo que creemos que oculta?

Solo le importaban sus secretos. Todo lo demás, yo incluida, no era más que un decorado endeble y artificial

– La subrayado en la página 304 | posición 4657-4659 | Añadido el lunes, 13 de septiembre de 2021 0:57:35

¿qué quedaba? La literatura; no quedaba ni quedaría nunca nada más que la literatura; la indecente literatura, como respuesta, como problema, como fe, como vergüenza, como orgullo, como vida.

Desde el principio pensé, por haber leído a Elimane, que su secreto se encontraba en el lado de la literatura; que necesariamente tenía que ver con El laberinto de lo inhumano y con el libro que debía de seguirlo. Asocio todo el misterio del hombre con la escritura, leo los silencios de su vida con mis gafas obsesivas de escritor.

Asocio todo el misterio del hombre con la escritura, leo los silencios de su vida con mis gafas obsesivas de escritor. ¿Tan deformantes son? Tal vez no había nada que encontrar en la literatura. La literatura es un féretro sospechoso, negro y brillante, pero es posible que no tenga dentro ningún cadáver.

esas noches de escuchar y de borrachera y de desesperación, para llegar a esta banalidad: la muerte? ¿Así que la muerte y nada más, esa es la decepcionante verdad de toda vida?

la verdad de su libro, es la historia del último sacrificio de un hombre: para alcanzar el absoluto, mata su memoria. Pero no basta con matar para destruir; y ese hombre, ya sea el rey sanguinario de la novela o Madag, olvidó esto: las almas que pretenden huir del pasado en realidad corren tras él y acaban, un día u otro, por atraparlo en su futuro.

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