Desprecio al prójimo

Kyselac es uno de esos despreciadores de masas, numerosos también hoy, que, apretujados entre sí en el autobús atestado, o en la autopista atascada, se consideran, cada uno de ellos, habitantes de sublimes soledades o de salones refinados y desprecian, cada uno de ellos, al vecino, sin saber que se les paga con la misma moneda, o bien le guiñan el ojo,  para darle a entender que, en aquella multitud, sólo ellos dos son almas elegidas e inteligentes, obligadas a compartir el espacio con el rebaño.  Esta suficiencia de jefe de oficina, que proclama “Usted no sabe quien soy yo”, es lo contrario de la auténtica autonomía de juicio, de ese orgullo que hay en Don Quijote cuando, desarzonado (¿desarzonado? No será desazonado?), murmura “Sé quién soy” y que nunca va acompañado por el fácil e indiferenciado desprecio al prójimo.
MAGRIS, Claudio: El Danubio, Anagrama, Barcelona, 2007

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